Ocho meses antes del fin de la Segunda Guerra Mundial en el frente europeo, el ejército soviético avanzaba posiciones en la Polonia anexada por Alemania a comienzos de 1945, motivando a los nazis a evacuar el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, donde fueron torturadas y asesinadas más de un millón de personas -principalmente judías- en los cinco años de su existencia.
La evacuación duró cuatro días, comenzando el 17 de enero de 1945 y ante la cruda evidencia de su sistemática matanza, los nazis decidieron dinamitar parte de la infraestructura construida: algunos crematorios, bodegas y cámaras de gas estallaron para intentar olvidar la existencia de esta fábrica de cadáveres.
Hoy, a 70 años de la liberación del campo de concentración más extenso del Tercer Reich, la fundación a cargo de Auschwitz-Birkenau busca “conservar la autenticidad”, restaurando la infraestructura en condiciones lo más cercanas a las originales de la época en que los nazis abandonaron el lugar.
Conoce el desafío de Auschwitz después del salto.
27 de enero de 1945. La fecha, meramente nominal en un calendario, está marcada por la libertad: el Ejército Rojo de la Unión Soviética liberó a los prisioneros que aún quedaban en Auschwitz-Birkenau, "de donde únicamente se sale por la chimenea", como advertía el capitán Karl Fritzsch a los recién llegados en camiones. De un total de 56.000 liberados durante cuatro días, 7.000 fueron los encontrados en condiciones paupérrimas ese día de enero, totalmente afectados por el hambre, la represión y el miedo que sufrieron en el campo de concentración.
Piotr Cywinski, historiador y director del Museo Estatal Auschwitz-Birkenau, conversó recientemente con The New York Times sobre el objetivo de su curatoría, "conservar la autenticidad". Y para lograrlo, paradójicamente es necesario intervenir: su equipo no sólo lucha contra la resistencia y amenazas de grupúsculos neonazis, las constantes reinterpretaciones hollywoodenses y el propio crecimiento de los flujos turísticos, sino también el propio envejecimiento de las instalaciones, "construidas para durar un tiempo corto", como señaló Cywinski al The Washington Post tras asumir el cargo en 2007.
El Museo Estatal Auschwitz-Birkenau apuesta por su conservación, enfrentando el deterioro de la madera utilizada en la construcción de las torres de vigilancia y los barracas; el potencial colapso y actual hundimiento de las muros que definen las cámaras de gas; o el reemplazo del alambre oxidado de espino que rodea el campo de concentración.
Simultáneamente, se replantean los conceptos museográficos del lugar, visitado por 1,5 millones de turistas en 2014 -el triple que hace 13 años, según NYT-, y avanza el inventario de elementos que quedaron luego de su evacuación en 1945: zapatos, fotografías, documentos oficiales, maletas, anteojos, e incluso cabello humano de las víctimas, todas rasuradas antes de ser asesinadas.
Sin embargo, también está presente en esta decisión un ingrediente adicional: los defensores de la negación del Holocausto -castigado con cárcel en la mayoría de los países europeos- apuntan a que estas reparaciones justificarían su postura, "que todo esto fue un montaje", tal como advirtió Jonathan Webber, académico y miembro del International Auschwitz Council, consejo que asesora a los administradores de este campo de concentración.
Eso sí, Auschwitz no es el único aún en pie: en Baviera (Alemania), el campo de concentración de Dachau fue el primero en ser construido por el régimen totalitario en 1933, cerrado en abril de 1945, transformado en museo conmemorativo en 1965 y en 2013 Ángela Merkel se convirtió en la primera canciller de Alemania en visitar el recinto. Sin embargo, mientras a Dachau se le identifica como sitio memorial, Auschwitz es un museo. Para marcar los contrastes, recogemos la opinión de Gareth Davies, quien en 2013 visita ambos sitios:
"Caminando por Dachau no podía dejar de pensar en volver a Auschwitz [...] No había césped impecablemente cuidado, ni piezas eliminadas del campamento o santuarios religiosos. Dachau parecía tan diferente. ¿Cómo iba a reconocer lo que era real de lo que no? (Entonces) empecé a cuestionar lo que me transmitió cada parte del memorial (de Dachau)".
Y claro, en el proyecto de Cywinski, lo importante es prohibir el olvido, y que perduren en la memoria los errores del pasado no solo en nuestro presente -especialmente en Europa tras el actual surgimiento de una nueva oleada islamofóbica y xenofóbica-, sino también en las futuras generaciones, carentes de recuerdos de una guerra que sólo verán en películas y leerán en libros.
Olvidarlo todo sería justamente lo que los nazis buscaron al dinamitar Auschwitz.